Por Carlos Javier Delgado León. Tal vez el título de éste post no sea el más apropiado, pero no pude pensar en otro mejor.
Mientras finalizaba mis estudios de pregrado en Derecho, conocí por primera vez el concepto de Responsabilidad Social Empresarial; hoy, casi seis años después, lo que fuera un tema más de lecturas descuidadas se ha vuelto toda una vocación, al punto de considerarme uno de esas personas convencidas -para decirlo en palabras de Antonio Vives- que ven en la empresa responsable una insitución paradigmática que podrá salvar a nuestras sociedades del colapso: una posibilidad viable y eficiente para que el desarrollo sostenible y el respeto de la dignidad humana sean algo real y cotidiano.
Sin embargo, no faltan las veces en que mi emoción no puede evitar darse de cara contra el mundo. En el transcurso de las más recientes semanas, he recibido en mi cuenta de email no pocos correos electrónicos que me invitan a hacer uso de servicios que me permitirían, entre otras cosas, enterarme sobre cuáles de mis contactos me han eliminado de su cuenta de msn, o peor aún, a acceder secretamente a su historial de conversaciones. Siento un profundo desencanto cada vez que me entero de gangas como estas, pero peor aún, la sensación se transforma en algo muy parecido a la naúsea cuando caigo en la cuenta que, por una parte, si hay quien crea y ofrece semejantes servicios, es porque necesariamente hay quienes los demandan y los usan; y por otra, que vaya a saber Dios cuantas veces mi aparente intimidad en la web ha sido groseramente ignorada y vulnerada incluso por mis propias amistades.
¿Para qué entonces esforzarnos en promover la Responsabilidad Social de las Empresas cuando cada cual hace de lado la propia? Parafraseando los escrito por Santo Tomás de Aquino en "El Opúsculo del Gobierno de los Príncipes", quizá nuestras sociedades simplemente tengan las empresas y el empresariado que se merecen.
Lo irónico de todo esto es que puedo tener muchas respuestas que dar a la pregunta anterior, pero hacerlo no tiene que ver con el sentido de este post. Sólo quería desembarazarme un poco de esta ingrata sensación de desencanto; hacer del ejercicio de escribir una pastilla efervescente que me curara al menos por un rato esta pesada indigestión de irresponsabilidad y menosprecio por los derechos del prójimo. Como sea, los moretones y los raspones pasan, así que seguiré yéndome de bruces contra la realidad cuantas veces hayan de ser: duele más renunciar a una convicción.
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Mientras finalizaba mis estudios de pregrado en Derecho, conocí por primera vez el concepto de Responsabilidad Social Empresarial; hoy, casi seis años después, lo que fuera un tema más de lecturas descuidadas se ha vuelto toda una vocación, al punto de considerarme uno de esas personas convencidas -para decirlo en palabras de Antonio Vives- que ven en la empresa responsable una insitución paradigmática que podrá salvar a nuestras sociedades del colapso: una posibilidad viable y eficiente para que el desarrollo sostenible y el respeto de la dignidad humana sean algo real y cotidiano.
Sin embargo, no faltan las veces en que mi emoción no puede evitar darse de cara contra el mundo. En el transcurso de las más recientes semanas, he recibido en mi cuenta de email no pocos correos electrónicos que me invitan a hacer uso de servicios que me permitirían, entre otras cosas, enterarme sobre cuáles de mis contactos me han eliminado de su cuenta de msn, o peor aún, a acceder secretamente a su historial de conversaciones. Siento un profundo desencanto cada vez que me entero de gangas como estas, pero peor aún, la sensación se transforma en algo muy parecido a la naúsea cuando caigo en la cuenta que, por una parte, si hay quien crea y ofrece semejantes servicios, es porque necesariamente hay quienes los demandan y los usan; y por otra, que vaya a saber Dios cuantas veces mi aparente intimidad en la web ha sido groseramente ignorada y vulnerada incluso por mis propias amistades.
¿Para qué entonces esforzarnos en promover la Responsabilidad Social de las Empresas cuando cada cual hace de lado la propia? Parafraseando los escrito por Santo Tomás de Aquino en "El Opúsculo del Gobierno de los Príncipes", quizá nuestras sociedades simplemente tengan las empresas y el empresariado que se merecen.
Lo irónico de todo esto es que puedo tener muchas respuestas que dar a la pregunta anterior, pero hacerlo no tiene que ver con el sentido de este post. Sólo quería desembarazarme un poco de esta ingrata sensación de desencanto; hacer del ejercicio de escribir una pastilla efervescente que me curara al menos por un rato esta pesada indigestión de irresponsabilidad y menosprecio por los derechos del prójimo. Como sea, los moretones y los raspones pasan, así que seguiré yéndome de bruces contra la realidad cuantas veces hayan de ser: duele más renunciar a una convicción.